Por: José Alberto Ordóñez
Han terminado los juegos olímpicos de Londres, de excelente realización, dejando diferentes sensaciones. Muchos atletas regresan a sus países bañados con la gloria del triunfo y de saberse los mejores, otros con la satisfacción de haber realizado su mejor esfuerzo y otros con la frustración de no haber alcanzado ni siquiera un lugar entre los 10 primeros.
Junto con los atletas, sus respectivas naciones también saborearon los triunfos y se refuerza la identidad como país. Lamentablemente no es el caso de nuestros atletas, quienes procuraron dar lo mejor de sí mismo, pero no fue suficiente.
Desde los tiempos griegos, se sabía que el deporte era una parte fundamental en el desarrollo de una persona y por consiguiente, de la sociedad a la que pertenecía.
No sólo se trata de un atleta que pasa muchas hora al día entrenando, no es un hecho individual sino más bien colectivo, porque los triunfos deportivos, son el claro fruto del desarrollo de una sociedad y de las prioridades de un gobierno cualquiera.
En el sentido inverso, los fracasos deportivos o académicos, son la prueba más evidente del atraso de una sociedad, son indicativo que las cosas no marchan bien y que es necesario corregir rumbos.
¿Por qué? Como dije, una medalla de oro no solo es el esfuerzo individual de un atleta, que por supuesto es fundamental, sino que es el trabajo colectivo de toda una sociedad. Una medalla de oro significa que ese país ha entendido que mientas más sana sea su juventud, mejor futuro le espera, y entonces es capaz de asignar los recursos necesarios que permitan crear las condiciones para que el joven o la muchacha deportista puedan dedicarse por entero a su práctica sin preocuparse, por ejemplo de su supervivencia, de sus necesidades básicas.
Una medalla de oro significa que hay políticas adecuadas que incentivan a los deportistas, que hay una gran cantidad de niños y adolescentes que tienen una figura a quien imitar. Una medalla de oro, revela que el Estado toma en serio la salud pública, no sólo la que se da en los hospitales y centros médicos, sino que busca el bienestar de sus habitantes.
También significa la adecuada infraestructura como para poder formar deportistas de élite. Implica también cuidado desde los primeros años de vida, para lograr una adecuada nutrición y salud emocional. El oro en el pecho de un atleta significa que no se gobierno por política y por aprovechamiento sino por lograr el bienestar y el desarrollo de la sociedad.
Lamentablemente vemos que en nuestro Perú no se da nada de esto, y cuando un deportista destaca, es puramente por sus esfuerzo y el apoyo de algún empresario, Las políticas públicas son inexistentes en estos temas.
Desde hace muchos años, tenemos que conformarnos con ser siempre los patitos feos, que salen por la puerta de atrás. Es más común para nosotros los fracasos que los triunfos y como siempre se necesita de algún ejemplo para imitar, se vuelven los ojos hacia los malos ejemplos y se crean los “ídolos de barro” que terminan siendo más un desvío hacia el precipicio que una camino para avanzar.
Frente a todo esto, escuchamos que el Gobierno se llena la boca hablando de lo bien que vamos en la economía, de cómo vamos creciendo “más” que los otros países del continente y que prácticamente vamos caminando hacia el paraíso. Pero todo esto no dejan de ser puras declaraciones líricas, cifras abstractas y delirios de grandeza, que en absoluto se reflejan en la vida cotidiana de la sociedad.
¿Cuántas universidades peruanas están en el ranking de las 100 mejores?, ¿Cuántos deportistas son considerados los mejores del mundo? ¿Cuántas sociedades quisieran imitarnos?
Si demoramos en responder estas interrogantes, significa, que sigue habiendo un gran divorcio entre las hermosas palabras de los políticos y la triste vida real.
Si en las Olimpiadas del Rio 2016 nuestros atletas logran ubicarse entre los mejores, recién con derecho podemos decir que EL PERU AVANZA.
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